Texto: Carlos AlbaÉrase un hombre que nació en Montevideo,
junto a un río como mar, cuando estaba terminando la Segunda Guerra Mundial.
A su tierra dedica muchas de sus canciones.
(Busqué lugares más bellos
y aunque los pude encontrar,
nunca pude amarlos tanto
como quiero a mi ciudad.)
Su padre, militante del partido
socialista uruguayo, le puso de nombre Quintín Jorge a un hijo que era hijo de la clase
obrera. Su madre escuchaba a Conchita Piquer; su padre, tangos. Y, como en aquella época
no había números uno ni 40 principales, las canciones duraban lo suficiente como para
que sus ritmos influyeran en el muchacho, a quien desde entonces le ha acompañado el
folclore como caudal permanente de sus canciones.
El folclore es fundamental, comenta ahora, detrás de su pipa y bajo su pelo
cano, entre Lole, su mujer, y Lucía, su hija pequeña, la música cubana y el blues
son folclore, y de ahí surge todo el pop y el rock. Su influencia está en casi todas las
músicas.
La muerte de su padre coincidió con el regalo, por parte de sus compañeros de Liceo, de
la primera guitarra,
(Desde esa noche llevo
su presencia en milongas,
medida de mis versos.
Está siempre en la copla
cuando amo intensamente
cuando me doy entero
cantándole a mi gente.
Mi padre, el compañero.)
con aquella guitarra se fue a
Cuba en 1967, al Festival de la Canción Protesta, que era como se llamaba a lo que ahora
se denomina canción de autor, más conocida por el nombre de sus ejecutantes, los
cantautores. Me da igual la denominación, yo creo, como Stravinsky, que sólo hay
dos tipos de música: la buena y la mala. Y, sobre todo, creo que no hay que cantar
mintiendo, hay que ser honesto, evolucionar de acuerdo consigo mismo, pero no plegándose
a modas.
Ya entonces se le ven sus influencias, que son otros tantos consejos para escuchar buena
música y para quitarle a la canción de autor su fama de melancólica:
Atahualpa Yupanqui, Carlos Puebla (si alguien cree que la marcha, la alegría y el
movimiento están reñidos con la canción política que lo escuche), Pete Seger, Edmundo
Rivero, franceses como Jacques Brel y Brassens, italianos como Giovana Marini y
brasileños como Caetano Beloso y Chico Buarque. Pero son sobre todo Zeca Afonso y Carlos
Puebla sus maestros indiscutibles.
Llega a España en 1968, y desde Barcelona comienza a sacar discos, en una época, la
transición, en la que grabar le resultaba más fácil que ahora. De ahí datan Yo nací
en Montevideo (1975), ¿Dequéseríe? (1976), Como mi Uruguay no había (1978) y Un largo
abrazo de agua (1979). Por aquella época había un mercado de izquierdas,
había interés por la canción política y por el folclore. Antes no había
artistas o intelectuales que no fueran de izquierdas, en su mayoría del PCE. Cantábamos
para una izquierda organizada y esperanzada. Pero luego se traicionó a todos los que
dieron su vida por la república y por la lucha.
Ellos han escrito en las
paredes
toda la historia de esta tierra y de sus días:
la han sacado del hierro y la semilla;
de cada huelga
y desde cada día.
Llegaron las dificultades para
hacerse oír, y Quintín como otros muchos cantautores, fue dejado de lado por las nuevas
discográficas. Y cuando le ofrecían grabar era con la condición de quedarse con el 50
por 100 del ya pírrico 6 por 100 que le correspondería como derechos de autor. Es
cuestión de consumo: si cantas contra el imperialismo te cortan. Los que menos libertad
de expresión tienen son los que triunfan, y sólo grabas lo que quieres si te lo pagas
tú o tus amigos. Ahora la censura la ejercen las casas discográficas.
Hay cantores de consumo
hay cantores consumidos
y hay otros que se consumen
para poder ser oídos.
Pero Quintín lanza una crítica
más para romper un hipotético recuerdo autocomplaciente de la transición, una
reflexión sobre el carácter de nuestro país: En España no hay inquietud por la
cultura, como la hay en el resto de los países europeos. No hay respeto por los artistas,
rápidamente se les cortó el agua. Si en un tiempo se llenaban los conciertos era porque
había política de por medio, pero no inquietud cultural. En Portugal, Francia o Italia
el público es más culto, los cantantes populares son conocidos y venden más sus
discos.
Vida, música y política
Con Quintín hablar de música es
terminar hablando de política... Ahora graban algunos de los nuevos cantautores,
pero nosotros no interesamos a las casas de discos. Sí los jóvenes de 20 años fáciles
de engañar que hacen pop. De todas formas estoy convencido de que esto de cantar es una
carrera de fondo, de resistencia. Los productos comerciales duran lo que dura la
publicidad.
...Menos mal que de la política volvemos a la vida. El revolucionario es un hombre
que ama. Una canción no hace la revolución pero pone su granito de arena. En todo. Un
comunista no vive igual el amor que un señor de derechas. Yo soy un compositor de
vivencias, le canto a lo que me pasa. Por eso tiene, junto a las composiciones más
descarnadamente políticas como Qué vida (Qué vida tan diferente la mía y la suya
señor presidente), Vidalita del destierro o Informe provisional, canciones
dedicadas a su padre, su mujer, sus hijos, los pueblos y barrios en los que ha vivido, el
amor...
Quédate a dormir conmigo.
Quiero tenerte a mi lado
cuando la luz me despierte
sin que te haya despertado,
para acariciarte toda
con infinito cuidado
y quitarte todo el sueño
de tu cuerpo con mis labios.
... Y de la política y la vida a
la música, a las raíces. El tango, el fado y el blues es canción popular. El
tango es expresión, aunque no explícita, del proletariado. La clase en el tango es el
barrio, donde conviven proletarios, lumpen, prostitutas... Por eso le cantan
despectivamente al que se desclasa. A veces esa conciencia de clase es explícita,
como en el tango Al pie de la santa cruz, en el que Carlos Gardel (de quien Quintín nos
recuerda que fue militante del partido socialista) canta:
Declaran la huelga
hay hambre en las casas.
Es mucho el trabajo
y es poco el jornal.
Y en ese entrevero de lucha sangrienta
se venga de un hombre la ley patronal.
Nueva época, nuevos cantautores
Quintín Cabrera cree que los
nuevos cantautores están más despolitizados que los de antes, carecen de nuestro
sentido combativo, pero lo considera lógico, porque el problema es de toda la
sociedad. Cuando nosotros empezábamos la izquierda estaba organizada. Ahora sólo
piensan en sus puestos, no están por la revolución. A la izquierda le han hecho menos
daño los tanques del enemigo que un sillón en la Academia o un puesto en un
ayuntamiento. Me parece un fenómeno importante la frivolización de la izquierda: nadie
está contra el imperialismo cuando el 80 por 100 de las películas vienen de Estados
Unidos, hay bases y nadie las cuestiona, nos invaden con términos en inglés, las
televisiones dependen de las noticias de la CNN, los mandos del PSOE mandan a sus hijos a
estudiar a Estados Unidos... Ya no se habla de ello, pero el imperialismo y la
explotación existen.
El panorama se completa: El poder ha dividido a la clase obrera en parados y
trabajadores, hipotecados de por vida en la compra de sus pisos y con temor a que los
parados les quiten sus puestos. Los sindicatos admiten las empresas de trabajo temporal y
cada vez nos acercamos más a los yanquis: nadie está seguro.
Asaz sensible soy en mi
cabreo
con los enterradores de la lucha de clases,
que comen de la mano del que manda,
justificándolos para justificarse.
Y sin embargo se canta, se
intentan hacer cosas, recuperar la ideología también desde los nuevos cantautores.
De todas formas aquí los cantautores han sido más de clase burguesa, luchando
contra el franquismo pero sin radicalismos. El testigo de las reivindicaciones proletarias
lo ha cogido el rock radical, gente como Benito Malasangre, Escape o Muguruza. Son los
únicos con libertad de expresión, porque han logrado tener sus casas de discos y un
público habitual.
Plenilunios
En 1995 llegamos por fin a un
nuevo disco: Plenilunios, grabado gracias a una iniciativa del ayuntamiento de Zaragoza y
recientemente reeditado. Resultó duro escoger 12 canciones entre las 50 que tenía, pero
el resultado ha sido un disco igual de humano e igual de político que los anteriores, con
la sabiduría añadida que da el paso del tiempo a quienes siguen siendo rebeldes. [Para
pedirlo se puede llamar al 918860081.] Por otra parte, todas sus letras han sido editadas
en el libro Canciones por la editorial Denes, de Valencia.
Como proyecto tiene la grabación de tres discos: un recopilatorio con sus mejores
canciones, otro con el folclore que escuchó desde la infancia (tangos, milongas y zambas)
y una novedad titulada Regresos y partidas.
Quintín Cabrera, también periodista especializado en música, canta sin morderse la
lengua. Hace bien. Si uno se muerde la lengua acaba desafinando. Es lógico que si
estás en contra de esta sociedad te quieran hundir. Lo más terrible es que la izquierda
ha perdido la moral. Está secuestrada por la derecha y además tiene síndrome de
Estocolmo. Hasta los ayuntamientos supuestamente de izquierdas contratan para sus fiestas
lo que sale en la tele, la cultura de derechas.
Ahora le toca actuar en nuestra fiesta, su fiesta, la fiesta de todos. Antes de las
proclamas de un seudoflamenco y un pop-rock descomprometidos tendremos la voz de un
comunista.
El viento que nos mueve es
muy antiguo,
es esfuerzo del hombre que trabaja
y asume decidido ese destino
portador de dimensiones solidarias. |